Por: Henry López:
Junín arde. Las encuestas muestran un escenario donde la derecha, históricamente con un 30% consolidado, hoy se divide en parcelas estériles. Las más resaltantes: Keiko Fujimori con 11.1%, Rafael López Aliaga con 6%, y Pepe Luna con 3.8%. Keiko mantiene un núcleo duro que sobrevive al desgaste, pero el resto es una guerra entre heridos: Dimas, el alfil de Rafael López; y Orihuela (el exgobernador camaleónico) que terminó siendo el ancla y estrategia de Pepe Luna. Mientras Pepe Luna lo sigue arrastrando al fondo, Orihuela trata de jalarlo para que, por lo menos, ponga un diputado.

Dejando de lado a Keiko Fujimori, que muestra liderazgo propio y no necesita quien la jale, Rafael López y Pepe Luna ya han disparado sus balas: tienen cuadros a la región y Congreso. Mientras Rafael López carga el peso de su propia gestión, que es opacada por el sobreendeudamiento hasta el 2037, ahora debe enfrentar el laudo de 200 millones de dólares (aprox. 750 millones de soles) que tendrá que pagar la Municipalidad Metropolitana a Rutas de Lima. Pepe Luna, que tiene sobre sus hombros denuncias judiciales como Odebrecht, el «Gaster de la política», lavado de activos y los Cuellos Blancos del Puerto, también opta por el canibalismo político: roba cuadros, militancia y hasta obras y propuestas de Perú Libre (hospitales, puentes y obras emblemáticas que su candidato a la región pretende hacer pasar como suyas), como si devorar a la izquierda fuera suficiente para sobrevivir.

Y dentro de la izquierda, que está menos fragmentada y tiene un 30% de respaldo, está el que no habla, no sale y no grita aún… pero es el que más peligro representa: el Dr. Vladimir Cerrón. Sin campaña, sin candidato regional, sin planillas de diputados ni senadores, sigue latiendo fuerte en los rincones rurales de Junín. Su legado es aplastante (hospitales, puentes, carreteras, etc.). Su voto está dormido, pero intacto. Su crecimiento será silencioso y vertical. ¿Por qué? Porque mientras todos pactan por poder, él tiene identidad. Porque la persecución no lo ha quebrado, lo ha blindado.

Cerrón es el único con narrativa política real. No necesita disfrazarse ni comprar lealtades. Sus adversarios lo acusan de todo desde 2006: terrorismo, corrupción, autoritarismo. Y sin embargo, ahí sigue. Más fuerte que el rumor, más firme que el cálculo. Porque mientras los demás están ocupados sumando traiciones, él suma convicción. Y lo más seguro es que en esta encuesta podrían haberle quitado algunos puntos.

En medio de ese caos, Orihuela —que pretende usar la máscara del lápiz— ejecuta la estrategia más desesperada: recoger lo que quede y pueda, sin ideología, sin fidelidad. Busca votos de la izquierda con una candidatura presidencial y vicepresidencial que no solo es de derecha, sino que seduce al fujimorismo. Se alía con Carlos Arredondo, luego coquetea con Jorge Pérez —ambos de su competidor Mallma—, ofreciendo candidaturas como si fueran caramelos. No tiene ideología, solo temor a perderlo todo. ¿El fin? Arrebatarle el Senado al lápiz que lo parió.

Pero el verdadero plan lo tiene el pueblo: en silencio, como siempre, se inclina hacia donde aún queda ideología, donde aún hay fuego, donde hay identidad. Y ese fuego, aunque quieran apagarlo en la superficie, por dentro es un volcán a punto de erupcionar. Tiene nombre propio: Vladimir Cerrón.

El tigre no ruge. Se prepara. Y cuando salga, se van a enterar todos.

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